En el capítulo uno del libro
El Árbol del Conocimiento de Humberto Maturana, el autor plantea interesantes ideas sobre el verdadero conocer de la realidad.
Normalmente, nosotros, los seres humanos, aceptamos la realidad tal y cual la percibimos, creando dogmas y certidumbres innegables al respecto; de los sentidos experimentamos la realidad, y la asimilamos y aceptamos. Los sistemas educacionales actuales nos presentan hechos, en su mayoría dogmáticos, que debemos aceptar, transformando nuestras estructuras mentales al consenso universal humano, descrito más o menos por el concepto
istina en la lengua rusa, que da a entender la acción de adaptar nuestras estructuras mentales al mundo que nos rodea. De esta forma, el sistema educacional enseña «istinas» al estudiante a través de hechos ya digeridos... evitando dos proceso cognitivos trascendentales en el ser humano:
Experiencia y
Reflexión.
Maturana plantea que cada individuo humano percibe el mundo según su mundo. ¿Qué quiere decir esto? Cada individuo es en sí un mundo de mundos. Esto lo podríamos resumir en el concepto de
metamundo. Maturana al considerar a cada uno de nosotros como un metamundo, habla acerca de que cada uno de nosotros poseemos estructuras mentales propias que nos hace ser únicos. Tales estructuras han sido moldeadas por vivencias a lo largo de nuestra vida o por la misma biología. Maturana ejemplifica esto a través de dos experimentos: El punto ciego del ojo; y, la percepción de los colores. Con respecto a este último, no sólo factores biológicos pueden alterar la forma en que reconocemos o entendemos los colores, sino que también factores lingüísticos alteran la manera en que los reconocemos; no en todas las lenguas humanas existen palabras para distinguir entre el verde y el azul, o el negro y el azul.
Es increíble, pero el consenso social es a crear certidumbre acerca de lo que se percibe. Bajo este paradigma de vida y de educación, evitamos la reflexión, y sólo nos concentramos en la acción, tan propia de nuestra cultura occidental. Finalmente, aprendemos a no pensar, sólo a aceptar. ¿Qué sociedad crece virtuosa así? Quizás esto explica lo viciosa que es.
A través de los sentidos captamos todo lo que nos rodea. Sin embargo, esto es sólo una pequeña parte de la realidad. Peor aún, es lo que nuestros sentidos -- con todas sus limitaciones y falencias -- nos dicen acerca de la realidad; no es la realidad misma. Aceptar que es la realidad misma sería un error horroroso: pero, irónicamente, del cotidiano vivir. En otras palabras, vivimos sumidos en el error, quedándonos sentados esperando a recibir el dogma del día.
Esto me recuerda a la
caverna de Platón, donde las sombras serían la realidad que nos hacen ver de los sentidos.
El proceso de experiencia-reflexión rompe este esquema. Sin embargo, requiere del cambio cultural de nuestra sociedad. Por una parte, la experiencia mueve al individuo al hacer, al buscar, al observar y, por otra parte, la reflexión ayuda al individuo a conocer cómo conocer y, finalmente, a conocer. Como lo explica Maturana, el proceso de reflexión es similar al peculiar momento cuando un ser humano observa su reflejo en un espejo, permitiéndole ver su propio yo físico; mismo para un nivel intelectual y espiritual. La reflexión permite sacar al hombre de la caverna y liberarlo de la visión de sólo sombras, haciendo que vea la realidad tal cual.
Según Maturana, cada reflexión es un mundo en la mano. Esto resulta especialmente interesante, pues cada reflexión, entonces, llega a ser parte de nuestras estructuras biológicas mentales, por lo tanto, somos un metamundo. Sin embargo, todo parte de alguna parte, esto es, de una idea que alguien alguna vez a dicho. Tal idea inicial ha sido parte del mundo de otro individuo que ha sido transmitido a través de algo maravilloso, del que los humanos nos jactamos por su complejidad. Me refiero al lenguaje, que corresponde al puente de tránsito entre metamundos. Sin él, viviríamos en una sociedad inválida, incolora, inmóvil. Con él, es posible hacer intercambiar mundos, ideas y generar reflexiones a través de diálogos, ya sea, entre metamundos o de forma imaginaria, es decir con el mismo metamundo.
De lo anterior, en conclusión,
la única verdad es la que no se percibe por los sentidos; similar a lo que dice
Antoine de Saint-Exupéry en su obra El Principito:
Solo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
Quizás, esto último de un atisbo acerca de lo verdadero. Si los sentidos impiden ver la realidad, entonces la realidad no se mira con los sentidos, sino que con la mente; esta es la forma en cómo se conoce lo Divino.